Hace unos días, mientras le explicaba a una de mis pacientes el resultado de su cirugía por cáncer de cérvix, me di cuenta de que el familiar que la acompañaba me había grabado la conversación en su dispositivo móvil. Seguro que much@as de vosotr@s os habréis encontrado en esta situación. Al censurarle su comportamiento, se mostró muy azorada (diría que también desconcertada) porque, según me explicó, su intención solo era poder explicarle a otro familiar de forma detallada lo que estábamos hablando. Dejando atrás el debate sobre la facilidad que tenemos para registrar todo lo que nos rodea y ver el mundo a través de la cámara de nuestros dispositivos móviles (y compartirlo inmediatamente de forma a veces obscena con todos nuestros contactos), la realidad es que tenemos que aprender a convivir con estas situaciones. Si me hubiera pedido un papel para poder tomar notas sobre mis explicaciones me habría parecido bien. Si me hubiera pedido que le explicara de forma gráfica la situación del tumor mediante un dibujo me habría parecido que mostraba un interés encomiable. Pensándolo bien, grabar la conversación podría entenderse solo como un paso más en ese proceso necesario de compartir información de forma fidedigna con nuestras pacientes. ¿Por qué entonces me sentó tan mal su comportamiento? ¿Solo porque no me pidió permiso? ¿Seguimos creyendo honestamente que solo nosotr@s somos l@s depositari@s de la información y l@s que decidimos la forma de compartirla y dosificarla a nuestras pacientes y sus familias?

No tengo claras todas las respuestas, pero tengo claro que tendremos que enfrentarnos a muchas preguntas de este tipo en los próximos años.